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En un país en donde el deporte nacional carece de políticas deportivas que amparen a los atletas, donde la mayoría de las federaciones no cuentan con el financiamiento para elaborar un ciclo de proyección, cuyo centralismo resta de oportunidades a los deportistas de regiones y en un Chile donde el fútbol es la única disciplina que percibe ingresos para poder ser profesional, es que debiésemos catalogar a los deportistas como verdaderos próceres de la patria.
Es que entrenar como un deportista de alto rendimiento, con los tiempos que requiere la preparación diaria, muchas veces sin financiamiento para trasladarse o alimentarse adecuadamente, es que nos hace reflexionar que al momento de salir a representar al país- pese cualquier resultado que se obtenga- deberían ser doblemente reconocidos por su esfuerzo y dedicación.
La mayoría de estos talentos en algún minuto se ven enfrentados con la decisión de ingresar a la educación superior y es precisamente en ese momento donde surge el mito de que la universidad es el cementerio de los deportistas. Pues bien, si analizamos que dedican horas de entrenamientos, de que deben estudiar para aprobar asignaturas y tienen que trabajar para mantenerse y costear sus gastos, claramente las universidades son la tumba de un deportista. Sin embargo, esa determinación es una afirmación demasiado injusta hacia las casas de estudio, puesto que, si los deportistas pudiesen recibir un sueldo y vivir como deportistas de alto rendimiento, dedicarían su tiempo y trabajo a un solo objetivo.
A través del deporte muchos jóvenes han podido entrar a la academia, por medio de ingreso especial y financiamiento de becas. Han logrado potenciar sus carreras deportivas con una profesión y nosotros como institución educativa tenemos el deber de apoyarlos y seguir avanzando hacia el desarrollo del deporte universitario porque al menos en la Universidad Viña del Mar nos preocupamos de que nuestros estudiantes puedan compatibilizar el deporte y los estudios.